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Caída en la natalidad: ¿Más recursos por alumno soluciona los problemas educativos?

A pesar de que Argentina invierte mucho en educación, los resultados no acompañan. Las pruebas educativas insisten en lo mismo: una proporción alta de los estudiantes no alcanza los niveles básicos de aprendizaje.

Provinciales31/07/2025RedacciónRedacción
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Hoy, por primera vez en décadas, las aulas dejan de crecer. Con menos presión demográfica, más recursos por alumno y mediciones de resultados claras, las condiciones están dadas para mejorar. Pero esta oportunidad se puede desperdiciar si no se rompen los viejos esquemas de gestión.

El diagnóstico equivocado

Durante años, el fracaso educativo se atribuyó casi exclusivamente a una supuesta falta de recursos. El diagnóstico tradicional sostenía que, si los resultados eran bajos, era porque se invertía poco. En respuesta, la política pública se centró en aumentar el presupuesto: se aprobaron leyes que fijaban metas crecientes de inversión educativa y se concentraron los esfuerzos en expandir el gasto.

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IDESA en base a datos de Pruebas Aprender (2023 y 2024) y Pruebas ERCE (2023).

Así, desde 1980, el gasto público en educación creció de forma sostenida, tanto en porcentaje del PBI como en términos reales. Alrededor del año 2010 se estabilizó en valores altos, y en 2022 se ubicó en 4,8% del PBI, superando el promedio de América Latina (3,8%). Pero como el diagnóstico fue —y sigue siendo— equivocado, este esfuerzo financiero no se tradujo en mejores aprendizajes.

Las pruebas nacionales Aprender muestran que una gran proporción de estudiantes no alcanza niveles satisfactorios en Lengua y Matemática, especialmente en secundaria. En el plano internacional, los resultados del ERCE reflejan lo mismo: muchos alumnos siguen sin llegar al mínimo esperado, con cifras alarmantes en sexto grado.

A esto se suma un problema igual de grave: las trayectorias escolares son frágiles. Solo el 22% de los estudiantes de 15 años llega en tiempo y forma con aprendizajes aceptables. En Chile, esa cifra es del 38%. Es decir que el sistema no solo enseña poco, sino que también expulsa o deja atrás a muchos en el camino. 

La presión demográfica se reduce: más recursos por alumno

Argentina atraviesa un cambio demográfico histórico: la natalidad cayó con fuerza y, por primera vez en décadas, hay menos chicos ingresando al sistema educativo. La caída, que se aceleró abruptamente a partir de 2014, ya se siente en las aulas. Entre 2019 y 2023, la matrícula en el nivel inicial se redujo en más de 182.000 niños. Desde 2022, esa misma tendencia comenzó a impactar también en la primaria.

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IDESA en base a datos de la Secretaría de Educación.

Si bien la baja en la cantidad de alumnos reduce la presión de crear nuevas aulas, sumar infraestructura y contratar más docentes, sería un error suponer que esto, por sí solo, va a mejorar el sistema. Sería repetir el mismo razonamiento equivocado de antes: creer que más recursos —ahora por alumno— garantizan automáticamente mejores resultados.

La verdad es otra: sin un cambio profundo en la forma en que se organiza y gestiona el sistema, la baja natalidad no resolverá nada. De hecho, puede convertirse en una confirmación brutal del fracaso educativo. El gasto por alumno va a subir, pero también el ausentismo, el despilfarro y la mediocridad en los resultados. El sistema quedará aún más expuesto: sin presión demográfica ni excusas presupuestarias, la falta de mejoras dejará en evidencia que el verdadero obstáculo es la mala gestión. 

Hay que cambiar el diagnóstico

Sobran las evidencias de que la degradación educativa no se detiene. Año tras año, Argentina participa en evaluaciones nacionales e internacionales, por lo que cuenta con datos claros y accesibles de los muy malos resultados. La evidencia está sobre la mesa, pero rara vez se convierte en acción.

¿Por qué ocurre esto? Porque los recursos no se gestionan con eficacia. La calidad educativa no depende solo de cuánto se gasta, sino de cómo se administran los recursos. Particularmente, cómo se gestiona el actor más importante del proceso educativo: los recursos humanos.

Hoy, el sistema desalienta el compromiso y la iniciativa porque no recompensa el esfuerzo ni los resultados. La carrera docente está estructurada sin incentivos que reconozcan a quienes se destacan ni herramientas para apoyar a quienes enfrentan mayores desafíos. En ese contexto, muchos docentes con vocación se ven frustrados o desmotivados, mientras que otros se adaptan a una lógica de baja exigencia que el propio sistema permite —o incluso promueve. Así, la educación se convierte en un terreno poco atractivo para quienes quieren marcar la diferencia.

Si no se rompe con esta lógica, la baja de la natalidad no va a corregir nada. Peor aún: puede reforzar el status quo, al eliminar la excusa de la falta de recursos. 

Qué hacer para aprovechar el cambio demográfico

Como el problema principal no es la falta de recursos —y mucho menos con la caída en la natalidad—, es posible mejorar la calidad educativa sin aumentar el gasto. Pero eso exige un cambio de enfoque: una gestión centrada en resultados.

El cambio tecnológico puede ser un gran aliado en este proceso. Las nuevas herramientas permiten personalizar el aprendizaje, facilitar la gestión escolar, reducir el trabajo administrativo del cuerpo docente y amplificar el impacto de los docentes que trabajan bien. Pero para que eso ocurra, hace falta conducción: visión, estrategia y capacidad de implementación. Sin una gestión moderna, la tecnología sola no cambia nada. 

Por eso, el sistema también necesita orden. Hay que recuperar el federalismo y asumir responsabilidades. El Estado nacional debe enfocarse en coordinar, evaluar y garantizar transparencia. Las provincias, en financiar, ejecutar y rendir cuentas por los resultados. Con roles difusos, nadie es responsable del fracaso educativo y no hay un rumbo claro.

También hay que formar a los docentes para que sepan enfrentar los desafíos reales del aula —darles herramientas concretas para abordar las áreas donde los estudiantes más fallan— e intervenir con precisión en las escuelas más rezagadas. Para eso, es clave transparentar los datos de las pruebas por escuela y cruzarlos con información censal, construyendo diagnósticos más completos del contexto de cada comunidad.

La caída de la natalidad es una ventana de oportunidad. Hoy el sistema tiene menos presión, más recursos por alumno y mediciones de resultados claras. Es hora de tomar decisiones valientes, reorganizar el sistema y poner el aprendizaje de los alumnos —y no la defensa corporativa del cuerpo docente— en el centro de todo.

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