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Suicidio adolescente: una crisis silenciosa que se profundiza y exige respuestas urgentes

El suicidio ya es la segunda causa de muerte entre los 10 y 19 años en Argentina. Detrás de cada caso hay historias de sufrimiento que podrían haberse atendido antes. Especialistas y organismos advierten que la prevención comienza con algo tan elemental como escuchar y acompañar.

Info. General06/12/2025RedacciónRedacción
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El suicidio en la adolescencia dejó de ser una problemática marginal para convertirse en uno de los desafíos más serios de la salud pública argentina. Según datos oficiales del Ministerio de Salud de la Nación y UNICEF, un adolescente se quita la vida por día en el país, una cifra que alarma a profesionales, instituciones y familias.

El fenómeno no aparece de un día para otro: es la consecuencia de procesos acumulativos de dolor emocional, falta de acompañamiento y situaciones críticas no resueltas. La psiquiatra María Verónica Prendes explicó —en una entrevista publicada por El Litoral— que la mayoría de los adolescentes que mueren por suicidio “no querían morir: querían dejar de sufrir”. Su frase resume el núcleo del problema: el sufrimiento se instala mucho antes que el desenlace.

Un entramado de factores que se potencian

La evidencia actual descarta explicaciones simplistas. El suicidio adolescente es un fenómeno multicausal, donde confluyen conflictos familiares, duelos no elaborados, violencia en distintos ámbitos, problemas de salud mental sin atención, presiones escolares y sociales, dificultades económicas, aislamiento y situaciones traumáticas que superan la capacidad de afrontamiento de los jóvenes.

Documentos oficiales, como “Herramientas de trabajo para la prevención del suicidio adolescente” (Senaf, 2025), apuntan que los factores de riesgo crecieron en los últimos años:
– inestabilidad económica y social;
– desgaste de los vínculos familiares;
– adultización temprana;
– aislamiento emocional;
– exposición constante a violencia digital;
– presión por el rendimiento y la imagen;
– menor tolerancia al error o al fracaso.

Esta combinación crea escenarios de vulnerabilidad que, sostenidos en el tiempo, pueden transformarse en riesgo letal.

Por qué el suicidio avanza mientras otras muertes retroceden

A diferencia de otras causas de mortalidad infantil y juvenil que disminuyeron por políticas preventivas, la respuesta institucional frente al sufrimiento psíquico no tuvo la misma evolución. La adolescencia es una etapa particularmente sensible, con cambios neuroemocionales que amplifican el impacto de cualquier crisis.

La evidencia demuestra que el entorno cercano es determinante: muchos intentos de suicidio no se transformaron en tragedias gracias a la intervención oportuna de un adulto, ya sea en la familia, la escuela o la comunidad.

El peso del mundo digital y la violencia que no termina

Entre los factores que más preocupan se destaca el impacto de la vida digital. Prendes señala que la violencia a través de redes sociales “no se apaga nunca”, generando humillación persistente, indefensión y angustia constante. La comparación permanente, el bullying y las relaciones violentas —virtuales o presenciales— dañan la autoestima y profundizan la sensación de soledad.

Señales de alerta que no deben naturalizarse

Los especialistas piden no minimizar comportamientos que a veces se atribuyen equivocadamente a “cosas de la edad”. Entre las señales más comunes se encuentran:

• cambios bruscos de conducta
• aislamiento del entorno
• frases de autodesvalorización
• alteraciones del sueño o apetito
• autolesiones
• descenso marcado en el rendimiento escolar
• regalar objetos valiosos
• variaciones extremas en el estado de ánimo

El Ministerio de Salud insiste en que preguntar no incita al suicidio, sino que puede abrir la única puerta hacia la ayuda profesional.

Acompañar sin invadir: cómo actuar

Estar presente es la primera herramienta. Acompañar no es interrogar, sino escuchar, validar emociones y no restar importancia al dolor del otro.

Recomendaciones centrales para quienes rodean a un adolescente en crisis:
– mantener la calma;
– habilitar la palabra sin juzgar;
– preguntar directamente si existen ideas suicidas;
– no dejar sola a la persona en momentos críticos;
– retirar elementos peligrosos;
– buscar ayuda profesional inmediata;
– identificar adultos referentes que puedan sostener la situación.

Una red que debe construirse entre familia, escuela y comunidad

Los dispositivos estatales no alcanzan sin la participación activa de los entornos más cercanos. El documento de Senaf subraya que la prevención es una responsabilidad colectiva. La comunidad —docentes, clubes, escuelas, centros de salud, organizaciones barriales— puede detectar señales que la familia no ve.

Los factores de protección son claros: vínculos sólidos, espacios para expresar emociones, adultos disponibles y actividades que den sentido y pertenencia.

El mensaje final

La frase de Prendes sintetiza el corazón del problema y la salida posible:
“Hablar de salud mental no incita al suicidio: lo previene.”

En un país donde cada día muere un adolescente que podría haber sido contenido, romper el silencio es un deber social. Escuchar, acompañar y validar emociones no son gestos menores: pueden significar, literalmente, salvar una vida.

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