"Hay poca poesía en las escuelas, pero cuando está suceden cosas maravillosas"

Nacionales 07 de agosto de 2022 Por Director
El maestro y poeta Marcelo Quispe recorre las escuelas de Rosario con sus libros que contienen relatos e historias del litoral
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Poeta, maestro y titiritero, Marcelo Quispe conoció la poesía siendo un niño y continuó jugando con ella de adulto en su paso por las escuelas.

De origen quechua por parte de padre y guaraní por parte de madre, se define como un divulgador de las culturas indígenas.

Una tarea que ejecuta a través de sus obras literarias destinadas a las infancias. Sus primeros tres poemarios son Patrias y tristezas (2005, Editorial Maktub), El despertar del yaguareté (2016, Editorial Biblioteca) y Yacireí (2018, Pesada Herencia).

Sus últimas obras, Mainumbí y la cajita luna y Soncoy multicolor, ambas de Editorial Último Recurso, recorrieron las aulas de Rosario y acercaron la poesía y la cultura originarias a las infancias.

Los poemas de Soncoy multicolor forman parte de la producción audiovisual Poemas de la tierra, que es parte de la programación del canal público infantil Pakapaka. Quispe lo celebra e insta a “seguir construyendo esta línea de visibilización y reivindicación para darle lugar a las voces indígenas que están todavía muy marginadas en la Argentina”.

En diálogo con La Capital, el maestro jujeño que enseñó durante 10 años en distintas escuelas primarias de Rosario, cuenta sobre sus obras literarias, su herencia y el encuentro lúdico con la poesía. Reflexiona sobre el compromiso que se asume en la tarea de educar, e invita a hacerlo con una mirada multicultural, respetuosa de las diversas identidades, y latinoamericana.

—Tu libro ”Soncoy multicolor” ofrece un recorrido por las culturas originarias y también cuenta historias que tienen que ver con luchas contemporáneas de estos territorios. ¿Sin querer o tal vez queriendo abordaste el tema de la identidad?

—Sí, es parte de la intención del libro recorrer las identidades propias y las que suceden hoy en día. Estoy muy atravesado por el movimiento de mujeres de estos últimos años, tengo una hija de 18 años que nació en este contexto particular, vivencial y potente. El crecimiento del movimiento de mujeres me ha llegado junto con mi militancia, y el querer redescubrirme en este contexto con otros, otras y otres. Así que el libro tiene esa intención de ahondar en identidades que están en construcción, que se empiezan a ver.

—De hecho, en ese poemario hay una reivindicación de Lohana Berkins

—Sí, totalmente. Y además abrimos ventanas, no es un panfleto, no buscamos eso, dejamos ventanas para que quien lo lea continúe profundizando. El algunos casos puede ser la continuación de un recorrido que vienen haciendo algunas familias, en otros casos el abrir una ventana porque no ha llegado esa información ni esa mirada, y en otros casos un debate que surge en torno a la identidad que a veces divide aguas. Nuestras infancias originarias, diversas y populares tienen todo ese condimento con sus miradas presentes. La identidad indígena no es pasado, es también la construcción del presente y del futuro, algunas cosas se toman de la herencia cultural y otras son nuevas, hay que abrirlas, ponerlas en crisis. Hay cuestiones del machismo que atraviesa el mundo indígena que por suerte están reconvirtiéndose, pensándose, creo que es parte de la época y no quería estar ajeno a eso. El libro también abre debates, porque hoy en la escuela es difícil el planteo de ciertos temas, si bien la ESI (educación sexual integral) es una ley promulgada en el 2006 ha costado y sigue costando, por eso colaboramos desde la poesía con nuestro granito de arena.

—En tu libro “Mainumbí y la cajita luna” hacés un recorrido por la fauna del litoral y el territorio, ¿Es una invitación a conocer lo propio?

—Creo que hace falta una mirada más latinoamericana, una descolonización de la poesía. Hay una riqueza del lenguaje en cómo nombraron nuestros pueblos originarios a la naturaleza y a los animales que está bueno descubrir. Por ejemplo, yo he visitado muchas escuelas y cuando les pregunto a los chicos si conocen alguna palabra en guaraní muchos me dicen que no. Entonces les pregunto si conocen el río Paraná, todos lo conocen, lo que no saben es que Paraná es una palabra guaraní. Y si hurgamos un poco más, vamos descubriendo que estamos rodeados de palabras originarias que tienen mucho tiempo en el territorio. Mainumbí fue el primer libro que escribí para las infancias y surgió de mi trabajo como maestro de 1º grado. A esa edad los chicos empiezan a leer, escribir y comprender el mundo, me pregunté como hacía para afrontar el desafío de la alfabetización y empecé a escribir poesías que tengan que ver con el lugar, con el territorio y fui construyendo ese poemario con mis propios alumnos. Ese libro es el resultado de un año de trabajo con ellos, hablando de los animales del litoral, las islas y los humedales.

—La poesía te sorprendió siendo un niño y hoy sos poeta. ¿Cómo fue ese encuentro?

—Yo soy jujeño, mi papá terminó la primaria de grande y en mi primera infancia no había libros en mi casa. Mi papá trabajaba en el campo, en el ingenio Ledesma, un lugar que explota a sus trabajadores y mucho más si son indígenas. Huyendo de esa pobreza se vino a Buenos Aires, pasamos a vivir en una villa y él pasó de ser campesino a obrero textil. En ese contexto yo ingresé a la escuela primaria y me empezaron a llegar los libros, primero los de María Elena Walsh y luego otros. Ese fue mi primer acercamiento a la poesía, y me parecía maravilloso que uno pudiera inventar palabras y jugar con ellas. Además, mis abuelos materno y paterno, analfabetos ambos, eran grandes narradores y me contaban muchas historias populares. Por eso lo primero que me pasó es que he sido un gran contador de historias desde chico. Nos juntábamos con mis amigos y amigas y yo contaba historias que repetía de mis mayores o que inventaba. Luego el paso a la escritura fue mas fácil, porque cuando uno es contador, después es mas fácil pasar esa idea al papel. En mi poesía está esa tradición de la oralidad.

—¿A qué habilita la poesía en la infancia?

—Lo que me pasó a mí y lo que veo en la poesía, es que es un juego. La poesía habilita al juego con las palabras, lo colores, las imágenes, los nombres, las rimas. Es un juego con las palabras que permite hablar de cosas profundas, a veces de cosas cotidianas y divertidas, y a veces de dolores. Con la poesía puedo hablar de la muerte, de la tristeza, de las cosas que pasan en la casa, de los sueños. Lo primero que diría es que la poesía invita a jugar con las palabras, inventarlas, cambiar su orden o ponerlas patas para arriba, es juego y esto es lo que trato de transmitir cuando trabajo con las infancias.

—¿No crees que es un género que circula poco y que hay que recuperar para las infancias?

—Sí, estoy de acuerdo. Creo que eso tiene que ver con una carencia en la formación de los educadores donde debería estar más instalada la poesía. Y también tiene que ver con el mercado editorial que prioriza ciertos textos literarios y no otros porque se venden más, y eso produce un mayor consumo de ciertas cosas y no de otras. El mercado lamentablemente también regula la elección, y me parece que ahí tenemos que tener un papel muy activo, de transmisores. Yo me siento un divulgador de las culturas indígenas, además de pertenecer a pueblos originarios, y esa es una militancia permanente. El juego, la militancia y la resistencia cultural son importantes de comprender cuando uno asume esta tarea de la educación. En términos generales, hay poca poesía en las escuelas, pero cuando hay suceden cosas maravillosas.

—¿Cómo fue tu experiencia con las infancias en las escuelas de Rosario, con qué te encontraste en ese recorrido?

—He trabajado con Mainumbí en mas de 30 escuelas de Rosario. Me encontré con supervisores que sugirieron trabajar con el libro, directivos que fueron receptivos y maestros y bibliotecarios que le dieron espacio a la poesía. A partir de esas líneas de coincidencia se generaron un montón de espacios hermosos. Con Mainumbí en las escuelas se han hecho canciones, murales, títeres, cajas copleras para cantar, se ha trabajado en la escritura, sobre los personajes y en la problemática de los humedales. Los chicos leen la poesía sin el prejuicio que tenemos los adultos, por eso hay que dejar que la poesía haga ahí su camino también.

—Con respecto a la práctica de transmisión oral, que para vos fue tan importante, ¿qué espacio te parece que le da la escuela?

—Poco, porque también hay una mirada que tiene que ver con una herencia conductista de la escuela de evaluar todo lo que está escrito en el cuaderno o la carpeta. Hay que tomarse un momento con los niños todos los días para escuchar lo que tienen que contar, qué dicen, cómo les fue. El primer año que trabajé como maestro, una de mis alumnas un día vino muy triste, le pregunté que le pasaba y me contó que había fallecido su perro. Lo hablamos en el grupo y ese día trabajamos sobre ese tema. Ella contó la historia de su mascota, lo dibujamos y lo escribimos, y la nena se llevó a su casa todo ese trabajo. Un par de años después me encontré con su familia y me cuentan que la nena conserva en la pared todos los dibujos que habían hecho ese día en clases sobre su perro. Entonces para esa niña fue muy significativo ese momento de haber contado, dibujado, hacerlo oración y poesía. El momento de la oralidad es fundamental también para que los chicos aprendan a expresarse. Si tenemos ese ejercicio, y por ejemplo nos cuentan cuentos cuando somos niños o niñas, es mucho mas fácil luego llegar a la lectura. La escuela pública en la Argentina sigue siendo, mas allá de los golpes, una escuela digna donde pasan cosas maravillosas. Si a eso le sumamos y tomamos lo que aporta el mundo indígena con la práctica de la oralidad, la hacemos mas rica. Creo que hay algunos modelos europeizantes en la educación que hay que tomarlos porque son interesantes, pero hay que mirar también adentro de nuestro propio territorio. Me parece que nos falta una mirada descolonizadora mayor de la que tenemos. A veces es simplemente falta de información en muchos docentes. Yo llegué a Liliana Ancalao, que es una poeta mapuche, a partir de nos textos que imprimió el Ministerio de Educación de la Nación, sino no llegaba a ellos.

—Tus poesías llegaron a Pakapaka a través de la serie animada Poemas de la tierra. ¿Cómo viviste esto de llegar a un canal oficial con un poemario en lenguas indígenas?

—Lo percibo como un paso enorme, porque no ha habido otra experiencia parecida antes. Somos cuatro poetas indígenas en una producción que llega a todo el país, y que está contada por niños y niñas, traducida a las lenguas madres, creo que es un paso maravilloso que hemos dado. En términos generales para los poetas es muy difícil la publicación, así que la apuesta del canal, de espacios estatales, independientes, de organizaciones políticas y territoriales, es muy de abajo pero va haciendo su pequeño surco en el tiempo. Tenemos que seguir construyendo esta línea de visibilización y reivindicación para darle lugar a las voces indígenas que están todavía muy marginadas en la Argentina, y los medios de comunicación privados y estatales tienen que aportar a esa mirada pluricultural.

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