A los 11 años, su padre la forzó a juntarse con un hombre que la doblaba en edad: “Vino a pedirte, te vas mañana”

Nacionales 21 de septiembre de 2022 Por Director
En la Argentina, al menos 132.398 niñas y adolescentes de menos de 18 años se encuentran unidas convivencialmente o en matrimonio; las chicas provienen de contextos de extrema pobreza, abandonan la escuela y sufren todo tipo de violencias; Misiones es la provincia con más casos, pero en la provincia y la ciudad de Buenos Aires el número también es alarmante
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Zaira tenía tres años cuando su mamá, Daniela, dejó la casa familiar. Huyó de la violencia que sufría por parte de Ricardo, su pareja, y con la certeza de que su vida corría peligro. La pequeña Zaira se quedó con su padre y su hermanito Kevin (4). Daniela, que por aquel entonces era una adolescente de 19 años, había hecho todo por llevarse a sus hijos con ella y hacía malabares para verlos a escondidas.

cuando el hombre salía a trabajar y los chicos quedaban a cargo de su abuela. Daniela hizo la denuncia por violencia de género en la comisaría de la mujer de Aristóbulo del Valle, la localidad de Misiones donde vivía, y también el reclamo por la tenencia de los chicos, pero todo quedó en la nada, juntando polvo en el cajón de un juzgado.

Durante una década, ella y sus hijitos siguieron viéndose esporádicamente, aunque su sueño de recuperarlos se mantenía intacto. Una tarde, la mujer recibió una noticia que la derrumbó: “Me dijeron que Zaira, con 11 años, había sido aparejada por su padre con un hombre de 23″, cuenta en diálogo telefónico con LA NACION. En otras palabras, fue entregada a un varón que durante dos años la violentó de muchas maneras: abusó sexualmente de ella, la sacó de la escuela y, en definitiva, le arrebató su infancia en una unión forzada en la que se vulneraron sus derechos más elementales de niña.

Cuando Daniela supo lo que había pasado con su hija, sintió, desolada, que la historia se repetía. Ella misma había sido entregada a los 13 años, también por su padre, a un hombre que la doblaba en edad y a quien solo había visto una vez en su vida: Ricardo, quien se convertiría luego en el padre de Zaira.

La Dirección de Niñez y Adolescencia de Aristóbulo del Valle tomó conocimiento del caso de Zaira cuando ya tenía 13 años. A partir de la intervención de ese organismo, hace dos años que se la revinculó con Daniela, su mamá, y lograron volver a vivir juntas. Las historias de ambas (sus nombres, como los del resto de la familia, fueron cambiados en esta nota para preservar su identidad), permiten asomarse a una realidad que pocas veces se visibiliza en los medios: en la Argentina, el 4,7% de las niñas y adolescentes de entre 14 y 17 años (un total de 132.398) se encuentran “unidas en matrimonio o convivencia infantil”.

La cifra se desprende del informe El matrimonio y las uniones convivenciales infantiles en la Argentina, publicado por la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), con el apoyo del Fondo Fiduciario de Naciones Unidas para Eliminar la Violencia contra la Mujer, en base a datos del censo de 2010.

Desde FEIM subrayan que hay un “subregistro de casos”, ya que lamentablemente no hay información sobre la cantidad de niñas menores de 14 años, como en su momento ocurrió con Zaira, que se encuentran en esa situación. El motivo, es que la pregunta “¿convive en pareja o matrimonio?” de la Cédula Ampliada del censo 2010, no fue realizada a menores de 14 años.

“En el último censo, el de este año, ni siquiera se agregó esa pregunta. Pero nosotras creemos que son muchas más las chicas en esa situación, por la cantidad de denuncias, por el número de chicas embarazadas y por los casos de femicidios que vemos de niñas y adolescentes asesinadas por varones con los que conviven”, señala la médica Mabel Bianco, presidenta y fundadora de FEIM. La referente, especializada en salud pública, subraya que “en la Argentina, se cree que esta problemática es muy infrecuente o no existe, pero eso es un mito: ocurre más de lo que pensábamos”.

En esa línea, Sonia Almada, psicoanalista y fundadora de Aralma, una asociación civil con una larga trayectoria en el trabajo por la erradicación de las violencias contra chicas y chicos, sostiene: “En los temas de violencias contras las infancias nuestra sociedad tiene literalmente una venda gigantesca en los ojos. La infancia está en algún punto sacralizada, idealizada. Los niños corriendo, jugando, felices: esa es la imagen que nos venden en la televisión o en las redes sociales. Pero de estas infancias vulneradas no se habla, no se quiere saber porque duele demasiado, asusta mucho”.

“La nena se va de la escuela con el marido”

¿Qué se entiende por “matrimonios infantiles”? Desde FEIM explican que, según las convenciones internacionales, son aquellos en los cuales, al menos uno de los contrayentes, es menor de 18 años. Se trata de “una forma de violencia de género contra las niñas y de matrimonio forzado, y se celebran mediante ceremonias tradicionales o religiosas, siendo pocas veces registrados ante las autoridades civiles”.

Al igual que las uniones de hecho o tempranas (en la Argentina, mucho más frecuentes que los matrimonios), tienen múltiples consecuencias sobre los derechos de las niñas: afectan su derecho a la educación, a la salud sexual y reproductiva (suelen ser forzadas a la maternidad), a vivir una vida libre de violencias, entre otras múltiples vulneraciones.

Como “moneda corriente”. Así define la frecuencia con la que las uniones forzadas de niñas y hombres se dan en su provincia, Misiones, la abogada y docente Norma Fernández Flores, asesora técnica de la Dirección de Niñez y Adolescencia de la Municipalidad de Aristóbulo del Valle.

"Estoy trabajando con las escuelas para que se denuncien estos casos, porque muchos maestros lo tienen tan naturalizado que te dicen: ‘La nena se va de la escuela con el marido’. Y resulta que la nena tiene 12 o 13 y el ‘marido’ (que obviamente no es tal, porque es ilegal), 45 años. Esto es muy común, más de lo que se piensa. Y llegar a todos los casos o a la mayoría, es difícil, porque si bien hay direcciones de niñez en casi todos los municipios, no hay un trabajo de territorio”, sostiene la abogada.

Fernández Flores explica que en la Argentina el matrimonio “no está permitido cuando hay asimetría de poder y de edad”. Ese tipo de uniones, donde no hay consentimiento posible, son claramente un delito, y una violación gravísima a los derechos de las infancias y adolescencias.

“Si bien hay varones que también se unen tempranamente, no es lo más común y suelen hacerlo con alguien menor o de su misma edad. En las chicas, la diferencia de edad, en general, es enorme y son forzadas a unirse o convivir con hombres mayores, muchas veces para salir de situaciones de pobreza o porque son vendidas, ya que el padre o adulto a cargo decide mercantilizar su cuerpo”, explica Almada.

Ahora bien, los casos de matrimonios o uniones convivenciales entre dos adolescentes que dan su consentimiento (por ejemplo, dos chicos de 16 años), también están comprendidos dentro del número relevado en el informe de FEIM, aunque se dan en una proporción menor. ¿Cómo pueden casarse legalmente teniendo menos de 18 años? Con autorización de sus progenitores o tutores legales y un juez, que debe verificar si realmente hay consentimiento entre las partes.

“Cuando no hay desigualdad de edades y se trata de uniones entre adolescentes, estas están más influenciadas por situaciones de vulnerabilidad, cuestiones culturales o sociales. Incluso, a veces buscan irse de la casa, escapando de situaciones de violencia o hacinamiento, o se juntan tempranamente porque, por falta de acceso a educación sexual integral (ESI), la chica queda embarazada de forma precoz y se une convivencialmente con esa pareja”, explica Almada.

“Me dijo que irme con él era lo mejor”

Para contar la historia de Zaira y cómo fue entregada por su padre a Lisandro, el hombre con el que convivió durante dos años, primero hay que contar la de Daniela. Hoy tiene 31 años y es mamá de cuatro hijos: después de Kevin (17) y Zaira (15), con su actual pareja tuvieron a Mía (11) y Luis (6). Viven todos juntos en Oberá, Misiones, la ciudad donde Daniela creció hasta los seis o siete años. Luego, cuando sus padres se separaran, se mudó junto a su papá y bisabuela a Aristóbulo del Valle.

"Mi infancia fue muy dura desde que mi mamá se fue. Yo tenía cinco años y era la mayor de cuatro: mi hermanita más chica tenía cinco meses. Mi papá trabajaba, como hasta hoy, de chofer, cargando yerba, mudanzas, esas cosas”, cuenta Daniela, con un acento misionero suave que llega a través del teléfono. “Fuimos creciendo y yo me hice mamá de mis hermanos: les hacía la leche, les cambiaba los pañales, aprendí forzadamente a cuidarlos. Así crecí. Cuando tenía 7 años mi papá se acompañó con una señora que no nos quería y ahí empezó el caos”, resume. “Acompañarse” es como, coloquialmente, se nombra muchas veces el unirse convivencialmente o el formar pareja.

Daniela recuerda que su bisabuela “ya estaba muy viejita”, con las muñecas y las rodillas vencidas de haber pasado toda una vida criando hijos propios y ajenos. “Mi papá no nos cuidaba, no nos atendía. La señora con la que se juntó quería que trabajáramos y decía que nosotros hacíamos todo mal. Él nos golpeaba mucho, sobre todo a mí, que era la más grande”, describe Daniela.

A los 10 años, Daniela ya trabajaba en una casa de familia. A los 12, lo hacía cama adentro. A los 13, conoció a un chico en un baile y quedó embarazada. “Él no quiso saber nada del bebé. Yo a esa edad ya iba a los bailes porque mi padre no me controlaba”, recuerda Daniela, que tuvo que dejar la escuela en 7° grado.

Un día, cuando estaba embarazada de siete meses, su padre le dijo que Ricardo, un hombre al que ella había visto una vez, había ido a hablarle. “Ricardo era hermano de mi madrastra y le dijo a mi papá que quería acompañarse conmigo. Él tenía veintipico. ‘Vino a hablar por vos, para llevarte: mañana te vas’, me dijo mi papá. No me preguntó nada. Mi madrastra dijo: ‘Es lo mejor, porque tenés un hijo en la panza y no vamos a poder mantenerlo’”, detalla Daniela.

Así se fue, un puñado de semanas antes de parir, con aquel desconocido. Se mudaron a la casa que Ricardo compartía con su madre en una chacra y la violencia fue recrudeciendo. Algo más de un año después, Daniela quedó embarazada de Zaira y al tiempo, los cuatro volvieron a Oberá, a la casa del padre de ella.

“Ahí tomé la decisión de irme, porque los dos, Ricardo y mi papá, empezaron a golpearme juntos. No aguanté más y me fui de miedo, no había pasado mucho tiempo desde que mi papá me había castigado con un palo”, reconstruye Daniela. Kevin tenía 4 años y Zaira 3, cuando un viernes a la noche se fue con ellos a la casa de su abuela materna. El sábado temprano, Ricardo estaba allí, insistiendo para que volviera. “Le dije que estaba cansada de vivir sufriendo, de tanto maltrato. Le dije que quería ser alguien en la vida”, dice Daniela con la voz encendida.

Ese día fue a la comisaría de la mujer en Aristóbulo del Valle a hacer la denuncia. Cuando volvió a lo de su abuela, los chicos ya no estaban: Ricardo se los había llevado. “Le dijo al juez que yo los había abandonado en la casa de mi abuela. Le expliqué todo, pero como yo no tenía a donde ir, el juez me dijo que le iba a dar la tenencia temporaria a él hasta que tuviese un lugar”, señala Daniela, tratando de explicar lo inexplicable.

Se sintió impotente, pequeña ante una burocracia inmensa que la aplastaba. Aunque llena de miedos, hizo todo lo que estaba a su alcance para mover el expediente y recuperar a sus hijos. “Pasaron 10 años y nunca tuve una respuesta. Ricardo no se presentó a la Justicia ni tampoco fueron a buscarlo”, se lamenta.

En ese tiempo, Daniela se fue de Aristóbulo del Valle y volvió a Oberá. Conoció a Marcos, su actual compañero, y trabajó como tarefera, poniendo el cuerpo en los cultivos de yerba mate. Así llegó el día en que supo que su hija Zaira, con 11 años, había sido “aparejada”. La historia volvía a repetirse en un loop de infancias vulneradas.

“Es impresionante y tremendo cómo se encuentran estas genealogías de las violencias”, reflexiona Almada, para quien las uniones forzadas en la infancia son la expresión más cruda de la desigualdad de género. Esa desigualdad, señala la especialista, se vincula con “sistema sociales, culturales y políticos que están controlados por hombres, y eso significa que las niñas y mujeres pueden ser utilizadas para cualquier cosa, incluso para venderlas”. Almada, resume: “Convertir una niña en esposa y en madre es de una violencia inusitada. No es solo un arrasamiento de derechos en el presente, sino que se involucra también su futuro”.

Al igual que Bianco, ambas especialistas destacan que es clave trabajar en la prevención. “El problema es que las chicas no tienen elección. En muchas comunidades rurales, aisladas, con pocos recursos, en las escuelas no hay ESI y los servicios de salud son pocos y muy precarios, además de que casi no hay comunicación entre los distintos efectores. El Estado tiene una responsabilidad institucional en esta problemática”, advierte la fundadora de FEIM.

“La tenían de empleada”

Daniela supo lo que había pasado con Zaira por la abuela paterna de la niña, que la llamó para contarle. “Me fui enseguida a hablar con el papá de ella, que me mostró un papel. No sé si era de verdad o no, pero Ricardo me decía que estaba firmado por la policía y que había dejado a ese hombre, Lisandro, como responsable de Zaira”, dice Daniela, que se volvía a sentir minúscula ante un sistema inaccesible para ella.

Para ese entonces, ya vivía con su hijo Kevin, que había huido de la violencia paterna. Sin saber qué hacer para recuperar a Zaira, los meses pasaron hasta que un día sonó el teléfono. Eran de la Dirección de Niñez de Aristóbulo del Valle. “Me dijeron que se habían enterado del caso de Zaira y me preguntaron si estaba dispuesta a tener la tenencia de ella. ¡Les dije que sí, que por supuesto, que con los brazos abiertos!”, recuerda Daniela.

¿Cómo había llegado a intervenir ese organismo oficial? A partir de una denuncia que hizo la madre de Lisandro, quien se acercó a la Justicia por otros motivos. “Cuando la entrevistan, la mujer cuenta al pasar que su hijo mayor estaba conviviendo con una niña que había llegado a su casa con 11 años, que el papá de la chica la había dado en pareja y de vez en cuando pasaba a llevarle mercadería. La señora manifestaba que la niña era ‘muy sumisa y colaboradora’: la tenían de empleada”, cuenta Fernández Flores. Esa niña, era Zaira.

Allí empezaron a desplegarse las medidas de protección, sacándola de aquella casa y revinculándola con su mamá. Al principio, Zaira se mostraba muy asustada y con dudas. Fernández Flores recuerda que “el padre le decía que el chico la quería, que nunca más iba a tener una pareja, que se tenía que quedar con él porque era su marido: esa mirada bien patriarcal”.

Pero poco a poco, se fue reconstruyendo el vínculo entre la niña y su mamá. “Zaira es muy cerrada, casi no habla, hasta el día de hoy es así. Todavía no tiene la confianza para contarme todo lo que vivió, pero lo estamos trabajando. Es muy difícil: yo pasé por eso y sé lo que es sufrir esas cosas. A veces le hablo y le digo que quiero que me cuente, que puede confiar en mí. En el colegio, pedí que me ayuden con la psicóloga”, dice Daniela.

Hoy Zaira va a 7° grado. Después de haber dejado durante dos años la escuela, pudo volver a estudiar, a jugar con otras chicas de su edad, a ser una niña. Hace poco, cumplió los 15 y todo el barrió ayudó para hacerle un festejo. “Yo siempre le pedía a Dios poder criar a mis hijos de una manera diferente a como yo me crie”, cuenta Daniela.

Su sueño es que Zaira estudie, “que no sufra y que no dependa de nadie”. “Fui a charlas de mujeres maltratadas y aprendí mucho -reconoce Daniela-. Zaira me comentó que el sueño de ella es ser policía y yo le dije que si estudia y procura salir adelante, le voy a pagar toda la carrera para que pueda ser alguien el día de mañana”.

En el tiempo que llevan juntas, su hija cambió mucho. Cuando llegó, le pedía permiso hasta para comer. Dos fotos muestran el contraste: en una, se ve a la Zaira de 13 años con el rostro muy delgado, los ojos apagados y el gesto cansado. En la otra, a una chica sonriente, luminosa: una selfie de adolescente contenta.

Daniela mira para adelante. Hace seis años forma parte de una agrupación social conformada por mujeres. Tienen una cooperativa y, por un acuerdo con la Municipalidad de Oberá, trabaja de cuatro a ocho de la mañana en el barrido de calles, mientras que de 8 a 12, entre otras tareas, desmaleza, limpia cordones cunetas, rastrilla y fumiga con sus compañeras. Muchas semanas, trabaja de lunes a lunes. “Tengo casa propia y mis hijos conmigo, que es lo más importante”, suelta en un suspiro.

Aunque ella logró darle un vuelco a su futuro y al de su hija, son muchas las Danielas y las Zairas cuyas historias permanecen en las sombras. “En los primeros años de vida de las chicas y los chicos, el índice de violencias no distingue por género en las estadísticas. Es a partir de los 7 años que las violencias comienzan a redirigirse; y la sexual, por ejemplo, crece exponencialmente a medida que las niñas se desarrollan”, subraya Almada. La especialista tiene la certeza de que, correr esa “venda” que muchas veces le impide a la sociedad ver estas problemáticas, es a penas el primer paso para proteger a las infancias.

Dónde denunciar

* Línea 144: Brinda atención a víctimas de violencia de género. Atiende las 24 horas, los 365 días del año. Es anónima, gratuita y nacional. Es posible contactarse por mail a [email protected] y por WhatsApp al (+54) 1127716463.También se puede bajar una App gratuita al celular buscando 144 desde Android o App Store. Descargá la app

* Línea 137: Pertenece al Programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia de la Nación. Cualquier persona que sea víctima o tenga conocimiento de una situación de violencia familiar o sexual puede comunicarse las 24 horas, todos los días, de manera gratuita. El llamado es atendido por psicólogos o trabajadores sociales. También es posible comunicarse por WhatsApp al (+54) 113133-1000.

* Línea 102: Este servicio gratuito y confidencial brinda un espacio de escucha, contención y orientación para niños, niñas y adolescentes y también realiza intervenciones, de manera conjunta con otros organismos del Estado, ante situaciones de vulneración de sus derechos. Para más información escribir a: [email protected]

* Oficina de violencia doméstica (OVD): Se atiende de forma presencial en Lavalle 1250, CABA, todos los días, las 24 horas. Está conformado por un equipo multidisciplinario de abogados, trabajadores sociales y psicólogos, que derivan los casos según sus particularidades.

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